Desde hace aproximadamente dos siglos había junto a la torre de Santa Catalina dos palmeras que cual firmes centinelas observaban el discurrir de la vida del barrio y daban custodia al templo. Eran junto a la torre el símbolo de la collación y se asomaban a la calle como queriendo salir en las múltiples fotos que los ciudadanos hacían a la preciosa atalaya mudéjar. Cuando cerró Santa Catalina en mayo de 2004 ahí estaban las dos como esperando un pronto resurgir de nuestro querido templo. Pero, una de ellas enfermó de tristeza al ver que el tiempo pasaba y Santa Catalina seguía cerrada. Habían colocado a su alrededor unas horribles vallas de lata que ahogaban sus arriates. Sus racimos de dulces lágrimas de dátiles se secaron de tanto llorar y fue como todos nosotros languideciendo al ver que quizás nunca más y al igual que les ha pasado a muchos de sus parroquianos, nunca más vería abierta Santa Catalina. En la primavera del 2006 un día de mucho viento y temporal se derrumbó la palmera según los periódicos. Pero no fue así; la triste palmera, ya cansada y enferma y sabiendo que ya nunca más vería abierta Santa Catalina, quiso hacerle el último servicio a su querido templo y se sacrificó dejándose morir para caer atravesada en la calle Juan de Mesa. Con esta muerte reivindicativa cortó el tráfico de la calle como si fuera una activista de un sindicato obrero para llamar la atención de los circulantes sobre el estado de abandono de Santa Catalina. Pero…, su muerte fui i*****, porque las personas no tenemos los mismos sentimientos y parece que ya todo da igual. Santa Catalina sigue cerrada y el muñón de su tronco sigue ahí, junto a su solitaria compañera para recordar su triste final. El triste final de la fiel palmera. José Javier Comas González
Y esto fue lo que publicó pasado unos meses el diario ABC:
Las palmeras se plantaron juntas hace muchos años, crecieron una a la sombra de la otra y ya formaban un elegante cruce de copas que hacían de este lugar un pequeño oasis en pleno casco histórico. La iglesia con su torre y sus palmeras eran una de las imágenes más consolidadas en el paisaje de la ciudad. La belleza de esta imagen se debe, por tanto, a la combinación de los valores del patrimonio histórico y el natural. En ciudades como Sevilla, una cosa no se entiende sin la otra, por eso media ciudad no se comprende. A través de grabados y viejas fotos se puede seguir la relación que han tenido las palmeras con esta iglesia. En una imagen de los años cincuenta del pasado siglo, perteneciente a la fototeca del Laboratorio de Arte de la Universidad Hispalense, aparecen ya dos palmeras que crecen a la par. Ya se apreciaba un diálogo real entre ellas y, si se quiere, también con la torre que tiene de fondo: un campanario almenado sin chapitel barroco que contribuye a darle ese toque orientalizante al que se suma también la bóveda mudéjar. Si talan la otra palmera, el templo de Santa Catalina sufrirá una nueva mutilación contra la naturaleza y contra su propia imagen. Vayan a verla pronto, por si acaso.
Artículo realizado por José Javier Comas González para Pasión en Sevilla